De Sarah Bernhardt se dice que arrancaba las lágrimas del público gracias a la pasión que transmitía en el escenario y que fue la que mejor interpretó las obras de Shakespeare. Su inolvidable carrera comenzó en 1874, cuando se anunció en la Comédie Française que una nueva actriz representaría Fedra, la pieza maestra del dramaturgo francés Jean Racine. Nadie esperaba aquella magistral actuación y, por supuesto, la acogida tanto por parte del público como de la crítica fue también arrolladora. Acababa de nacer una estrella.
Hay cinco clases de actrices: las malas, las regulares, las buenas, las grandes y Sarah Bernhardt.
Mark Twain
Nadie había actuado así hasta ese momento. Sarah Bernhardt era capaz de captar a la perfección la psicología de los personajes, cautivando de inmediato al espectador con su gran talento y su excepcional fuerza y sentimiento. Sin duda, Sarah Bernhardt marcó un antes y un después en lo que estaba concebido como teatro hasta finales del siglo XIX. Transformó la interpretación, se convirtió en todo un mito y su éxito pronto traspasó fronteras, alternando temporadas en París con giras por lugares tan lejanos como Rusia, América y Australia. Empezó a ser conocida como La divina Sarah.

La primera en representar un papel masculino
Pero no todo era cuestión de talento. Si Sarah Bernhardt alcanzó esas elevadas cotas de éxito fue porque además contaba con una arrolladora personalidad, un carácter indomable y un encanto personal que enganchaba. Si a eso le sumamos sus profundos sufrimientos, su belleza inigualable y su ambición ilimitada, el resultado es la explosiva combinación que desató la locura entre el público de la época. Aquí, algunas de las pocas imágenes que se conservan de ella actuando:
Sobre el escenario, Bernhardt rechazaba categóricamente la sobreactuación, una constante entre los actores de aquel momento. Una de sus revoluciones fue huir de los artificios y optar por la naturalidad. Pero el mérito de Bernhardt también residía en tener la valentía de asumir riesgos dramáticos que la mayoría de las actrices de su época nunca se atrevieron a tomar. Ella se atrevía con todo. En 1899 se convirtió en la primera representar un papel masculino. Y no cualquiera. Con 55 años Sarah Bernhardt interpretó magistralmente a uno de los personajes hombres más importantes de la historia de la literatura: Hamlet.
A pesar de que en sus 60 años de rica carrera como actriz se concentró básicamente en el teatro -interpretó la friolera de casi 70 piezas entre 1862 y 1913- Sarah Bernhardt también fue una de las primeras actrices cinematográficas, interpretando una decena de películas, entre 1908 y 1923. Asimismo, combinó su profesión de actriz con la escultura, pintura y literatura y fue la primera empresaria del mundo del espectáculo, encargándose de tramitar y dirigir varias producciones de diferentes teatros de París.

Sarah Bernhardt: una Lady Gaga en el siglo XIX
Si crees que Lady Gaga es excéntrica por haber llevado un vestido de carne, debes saber que más de un siglo atrás Sarah Bernhardt rompió muchos más moldes. A parte de por su desbordante talento, la intérprete se hizo enormemente conocida por sus extravagancias, que ella mismo relató en sus memorias. En su apartamento parisino de la rue de Rome, Bernhardt tenía un ataúd en el que se introducía para aprenderse sus papeles. Un ataúd que siempre le acompañaba en sus giras y en el que se quedaba a dormir encantada cada vez que su hermana la visitaba en su apartamento y tenía que prestarle la cama.
Tuvo que disparar a la boa constrictor que tenía como mascota después de que se tragara uno de los cojines del sofá.
Le encantaba adornar sus sombreros con un murciélago disecado y su mascota favorita era un caimán llamado Ali Gaga, que murió como consecuencia de un exceso de leche y champán. Entre el resto de sus animales de compañía, se encontraban también loros, tortugas, monos, lagartos, un guepardo y una boa constrictor a la que disparó después de que se tragara uno de los cojines del sofá.
Apoyo a las tropas
Pero por encima de todo fue una mujer de una determinación y una tenacidad inquebrantables. Durante el asedio de París en 1870, tomó el teatro Odéon y lo transformó en un hospital militar, llenando los camerinos, el auditorio y el escenario con catres de soldados heridos. La aclamada Sarah Bernhardt dejaba su fama de lado y se convertía en una enfermera más, llenando de cuidados, consuelo y entretenimiento a los soldados heridos.

Décadas más tarde, durante la Primera Guerra Mundial, pidió que le amputaran la pierna izquierda, cerca de gangrenarse a causa de una vieja lesión en la rodilla, para poder emprender una agotadora gira por el frente y entretener así a los soldados. Tenía 70 años. Cualquier otra diva habría abandonado los escenarios. No fue su caso.
Sarah Bernhardt, la musa de los más grandes
La polifacética actriz fue todo un objeto de deseo y se convirtió en musa de grandes personalidades. Por ejemplo Víctor Hugo, que quedó totalmente prendado de su talento y la convirtió en actriz protagonista de muchas de sus obras. Se dice que Sigmund Freud, el gran padre del psicoanálisis, tenía una inmensa foto de ella en la entrada de su consultorio para animar a los pacientes que acudían a verle, y que Oscar Wilde dedicó a la actriz su obra Salomé. El dramaturgo admiraba a la actriz hasta tal punto, que escribió esta obra en francés porque anhelaba que ella la estrenara, cosa que lamentablemente no sucedió: la censura británica se encargó de impedirlo.
Sarah Bernhardt es un ser singular. Me imagino que en la vida no debe de ser distinta que en el escenario.
Sigmund Freud
Sarah Bernhardt fue amiga y amante de grandes personalidades de la época como el artista francés Gustave Doré, el checo Alphonse Mucha y la pintora francesa Louise Abbéma, retratista oficial de Sarah y la mujer con la que compartiría la mayor parte de su vida.
Compartió su vida con una mujer
¿Es cierto que ambas mantuvieron una larga relación sentimental? Es muy probable. En cualquier caso, lo más importante es que fueron excelentes compañeras de vida durante más de 50 años. Se conocieron gracias al prestigio que sembró la pintora en las numerosas exposiciones que realizó en los salones artísticos parisinos.
Se encontraron por primera vez en 1875 porque la actriz quería hacerse un retrato. Desde entonces no se separaron hasta 1923. Louise amaba a Sarah y viceversa. Y como prueba se conservan numerosos retratos de la actriz realizados por ella, así como un medallón de bronce con el busto de Sarah y una escultura que las dos mujeres hicieron de sus manos entrelazadas.

Es la historia de La divina Sarah, un talento sin igual en el escenario, la mejor actriz de teatro de la historia y una de las primeras que levantó pasiones en las cuatro esquinas del planeta. Pero también la de una mujer que tuvo la valentía de vivir como quiso, sin tiempo para preocuparse por el ‘qué dirán’ ni las reglas que marcaba la sociedad. Nunca dejó las tablas hasta su muerte en 1923, con 78 años. Ella vivía por y para su profesión.
Su entierro fue multitudinario. Más de 150.000 personas salieron a las calles de París para acompañar el féretro de la actriz, en el camino al cementerio Père-Lachaisea. Todos querían despedirse de las que será recordada como la actriz que supo renovar y ennoblecer el arte dramático. Las imágenes son impresionantes:
Sarah Bernhardt, otra gran mujer que no se conformó con el rol que la sociedad le tenía reservado y allanó el camino por que las mujeres que vendríamos después pudiésemos ser un poco más libres. Si te ha gustado, no dudes en dar luz a esta historia.